** El Jardín
¿Te has dado cuenta de que soy viejo, de que soy cura y de que soy de tu familia?
- ¿Y qué es lo peor de todo?
- Para mí, que soy viejo; para ti, que soy cura.
- Ya, un cura con unos cuantos galones.
- Un cura ascendido, nada más.
- Y yo… ¿qué soy yo?
- Tú eres un ángel encerrado en el cuerpo de una mujer morena, de larga melena y mirada triste. Un ángel completamente despistado que se cuela dentro de los muros de este palacio gracias al salvoconducto permanente que le proporciona su apellido.
- Pero a ti te gustan los ángeles.
- Y a ti te gusta el jardín, te gusta la paz que se respira en este jardín.
- A mí no me importaría cuidarlo, a mí me encantan las plantas.- Le he contestado yo y él me ha mirado con una tierna benevolencia no queriendo entender y entendiéndolo todo.
Últimamente, he comido algún día en el palacio arzobispal, soy prima del arzobispo. Somos dos solitarios, siempre lo hemos sido, da igual que estemos solos o que estemos rodeados de gente, el nuestro es un sentimiento de soledad existencial. Ya ha pasado medio año y me siento tan perdida como el primer día. Cada mañana intento empezar una nueva vida, intento dejar atrás el pasado, los recuerdos. Cuesta, cuesta tanto. Una vez más en mi vida, busco el consuelo de Fernando. Es un tipo muy carismático, inteligente y observador como buen diplomático. Siempre me ha gustado esa faceta de su personalidad, esa distancia formal que intenta imprimir a sus actos, a sus palabras, esa contención constante de una humanidad que le sale a borbotones por los poros de la piel.
Gracias a esta primavera atípicamente benévola, después de comer, salimos al jardín. Hoy nos hemos sentado en un banco debajo de la enredadera, el jardín es precioso, cuidado con esmero. Casi sin darme cuenta he apoyado mi cabeza en su hombro como si estuviéramos en la vieja casona de los abuelos. Me he quedado un rato en silencio, con los ojos cerrados, otra vez más me he dejado llevar por los recuerdos. A veces pienso que ya no tengo futuro, solo pasado. He imaginado a Jaime burlándose de mí, seguro que sonreiría irónicamente si me viera, detestaba al clero. Como buen psicólogo que era no podría evitar analizar nuestro comportamiento, “qué clase de vínculo les une, qué ve él en ella, ve a la mujer, ve a la hija que le hubiese gustado tener, qué siente debajo de esa coraza, qué clase de sentimientos se ocultan tras esa emoción permanentemente contenida, es un reprimido o es un místico, y qué hace ella ahí, qué puede darle él, qué puede darle que no sea serenidad y cariño, a qué jugarán cuando aparentemente juegan al ajedrez sobre un viejo tablero”. En este lugar es muy importante mantener las formas. Dentro de estos muros no están bien vistas las muestras de cariño. El señor arzobispo se rige por su agenda y apura el cigarrillo.
- Es curioso como se van sucediendo los acontecimientos, los malos, los buenos, los malos otra vez, así sucesivamente. - ¿Qué toca ahora Begoña?
- Toca algo malo, porque ha pasado algo terrible, algo bueno y ahora toca malo. - No, eso no es así, no seas fatalista. - No soy fatalista, soy realista.
- No tengo ganas de rebatir tu opinión. Hace un día espléndido. - No disimules ni cambies de tema, sabes que tengo razón.
- Tienes razón, ¿contenta? - No, no me trates de loca, convénceme. - No tengo ganas de convencerte Begoña, hoy puedes pensar lo que quieras, estoy un poco cansado de tratar de convencer a los demás todo el tiempo.
UN RELATO-PUZZLE DE: Polizón
Colaborador/a habitual de A Lareira Máxica
0 comentarios feitos. Deixa o teu!!!!! :
Publicar un comentario